sábado, 26 de diciembre de 2009

El lugar más cercano al infierno
























Bueno, antes de empezar, he de reconocer que el título de hoy no hace justicia al lugar, sobre todo si se compara con sitios que verdaderamente son avernos en tierra, sólo tendría que poner en el buscador de imágenes de Google -Sudán- o -Malí- para tener que cambiar el nombre de la entrada... no obstante teniendo en cuenta que el objetivo de lo que escribo es el "humor crudo y realista" y que además esta mierda solamente la van a leer tres personas, voy a dejarlo como está y seguro que después de haber leído el texto comprendereis la metáfora incluida en el título. También aviso que cualquier cosa que escriba va a estar censurada, recortada o sencillamente omitida, posiblemente aquellos días en el infierno fuesen los días mas "hardcore" que he tenido en mi vida. Quien quiera oir una versión con todos los detalles escabrosos, morbosos y polémicos no le quedará más remedio que tomarse una cerveza conmigo.

Nos situamos en la provincia de Granada, en un pueblecito muy bonito llamado Órgiva, capital de la Alpujarra, cerca de otro pueblo también muy bonito, y conocido a nivel nacional por su maravillosa agua. Me gustaría decir que Órgiva es conocida por sus productos rurales, por sus vistas o sus entrañables vecinos, pero la realidad es que el motivo por el que el pueblo es famoso es por organizar el festival de "música" más bastardo de toda Andalucia, señoras y señores, el -Dragon Festival-

Lo he definido como un festival de música, pero nada más lejos de la realidad, a los que esteis familiarizados con el ambiente de -después de las siete- seguro que les gustará más el término -el "Disneylandia" de las Raves y es que aquello es un compendio de carpas de música electrónica: Drum'n'bass, Tecno, BreakBeat, Hardcore...
Aquí fue donde pasé por mi primer control de la guardia civil, jamás había pasado ninguno y como en la gran mayoría de las primeras veces, estaba algo tenso, y eso que no llevabamos nada ilegal. Irónicamente ibamos en una caravana de tres coches donde el primero y el tercero (nosotros en medio) iban cargaditos... pero cargaditos. Nos hicieron vaciarnos los bolsillos, así que pusimos el rastro encima del coche: emepetrés, llaves, móviles, papeles varios, el famoso collar de chapas de Manu. Seguimos nuestro camino.
Miles de coches, millones de coches en una sola fila, aquello llevaba al corazón del Dragón, pero no avanzaba, y en el reino del "perroflauteo" significa tomárselo con más calma. Latas de cerveza, guitarra y timbales, y esto fue divertido durante la primera media hora, se hacía de noche y seguiamos entre montañas de tierra y piedras. Eva dió la vuelta y subió por donde su coche no podía subir -aquí está bien- tres horas más tarde, la cola de coches seguía en el mismo sitio.
Antes de llegar al vórtice decidimos comer y tomarnos alguna que otra cerveza, estábamos expectantes, y yo muy nervioso, con tanta sobreestimulación acústica, sabía lo que me esperaba y además como venía siendo una tópica incuestionable en mi vida, tenía miedo de encontrarme con la mujer que me recompuso el corazón -para más adelante volverlo a romper- Por supuesto me la encontré y esa noche se quedó conmigo para cuidarme...
Sandwich de queso, tortilla de patatas y tres o cuatro cervezas. Una vez repuestos del largo y sinuoso viaje, nos pusimos en marcha, esta vez a pie. No lo pensamos bien, pero desde donde habíamos aparcado hasta las carpas había al menos media hora, media hora de remolques y autocaravanas -alguna de ellas auténticas obras de arte- horas más tarde me enteré de que en Órgiva había una inmensa cantidad de inmigrantes europeos: ingleses, franceses, daneses, alemanes... que se habían establecido allí hace ya muchos años, en una especie de neocomuna hippie, lo que explicaría el elevado número de niños rubios que encontramos por allí, algunos bailando el diábolo y otros preguntándote si querías LSD.
Y es que el Dragón es un lugar de contrastes, capaz de cosas horribles, pero también con pequeños atisbos de humanidad y buenrrollismo, había puestos clandestinos, donde se hacían salchichas alemanas, pizzerias con hornos de piedra, sitios de comida vegana, gente vendiendo artículos de malabares como palillos chinos o mazas... aquello es un interesante ecosistema donde había gente muy comprometida con un buen ambiente en el festival, incluso precarias zonas donde poder reciclar o poder ir de vientre sin tener que molestar al resto de fiesteros. Claro está que también te puedes encontrar allí las antípodas de esta situación y es que, como si se tratase de un mercadillo de frutas o del menú de cualquier bar de carretera, había sitios donde había apuntado una lista de items con sus respectivos precios, solo que estos productos en vez de tratarse de sopa de picadillo y filete con patatas, eran un listado de drogas con sus precios: Cocaina 30€ medio gramo, Speed 40€ gramo, Tripis 12€, Setas 15€, ketamina, mdma, pastillas, micropuntos... aquello daba miedo, pero seguía el mercado libre de la oferta y la demanda: busca, compara y si encuentras algo mejor...
De aquella noche, no puedo decir nada más.
Al año siguiente repetimos, esta vez un poco más adultos y comedidos, y a pesar de beber menos que en el año anterior, tuve que refugiarme en el coche poco antes de las 5 de la mañana, mis compañeras me siguieron de cerca -creo que ya no nos sientan las macroraves igual que antes-
Después de vomitar fuera del coche fui a darme una vuelta por las carpas, ¡bah! demasiada música hardcore, PUM PUM PUM PUM. Punkies hasta arriba de ketamina vibrando a dos milímetros de los altavoces. En ese momento no podía terminar de entenderlo, así que busque un nuevo lugar donde poder establecer mi nido y contemplar el espectáculo. Encontré una pequeña cuesta sin demasiadas piedras y me tumbé allí. Me quedé dormido. Se hizo de día, extendí los brazos y dejé que el Astro Rey me ayudará a pasar la borrachera. La gente empezó a fijarse en mí. Me despertaron varias veces para hacerme fotos, decían que jamás habían visto a alguien tan felíz como yo, otros sencillamente me preguntaban si me encontraba bien -Sí hijo si, solo estaba durmiendo... Finalmente escuché lo que me faltaba por oir en aquel maldito desierto. Era una chica bastante atractiva.
-¿Quieres calcetines?
-¿Calcetines?
-¿Si, calcetines?
-No quiero drogas gracias
-No es droga tío, son calcetines.
Desconcierto...
Ella abre una mochila y me enseña los calcetines.
-He notado que tienes los tuyos muy sucios, deberías comprarme algunos. Un euro el par.
Le dije que no y seguí durmiendo, aquello me había dejado "listo papeles".

A todos los que alguna vez quieran vivir una experiencia interesante, al margen de tomar o no tomar drogas, les recomiendo al menos una visita al festival, dentro de dos o tres meses se celebrará y seguro que estar dos días tan cerquita del infierno a más de uno no le vendrá mal del todo.