martes, 22 de junio de 2010

La vida a través de gafas rotas

¿Alguna vez os habéis preguntado donde van a parar las personas "especiales" que no quieren en ningún psiquiátrico?

A mi barrio.

Y es que no había caído en ello hasta hace apenas unos días, pero Santa Cristina y sus barrios colindantes podrían haber llenado de entrevistas el programa de Jesús Quintero durante tres o cuatro temporadas completas. Digo eso de "nunca había caído" porque para mí y para mi gente, estar rodeados de grandes personajes era el pan nuestro de cada día, convivíamos con ellos, los veíamos a diario e incluso (y me duele admitir esto) los hemos evitado. La evitación se hacia patente sobretodo con una pobre mujer que padecía enanismo, pero no un enanismo gracioso como el de Willow, sino uno más "marcado" como el que tenía Galindo. Era como "Una niña vieja". Pero lo que realmente no gustaba a la gente del barrio no era su aspecto, sino su forma de comunicarse con la gente, se conoce que no podía expresarse bien y cada a vez que se ponía hablar soltaba una amalgama de sonidos guturales que echaban para atrás a las damas más refinadas de la zona. Con los años pude comprobar como poco a poco la "niña vieja" dejaba de intentar interactuar con los transeuntes, la pobre había aprendido que de todos modos no le iban a hacer caso.

El Tete. Otro ser emblemático de la zona y que desde luego hay que nombrar. Diagnosticado con un retraso mental moderado, con unas habilidades comunicativas paupérrimas y con una dependencia total de su familia, encontró por propia iniciativa la forma de seguir adelante, lo cual tiene merito, mucho merito, teniendo en cuenta que no contó ni con psicólogos ni con logopedas en su infancia y que además muchos de los grandes intelectuales y sabios de esta tierra ("enteraos" que los llamaría mi abuelo) vagan de un lado a otro intentando encontrar su sitio en el mundo sin hallar éxito en su intento.
El Tete era el primero en levantarse, en la puerta de su casa tenía ya preparado un carrito que había sustraído de los aparcamientos del hipermercado, dentro del carro tenía sus herramientas de trabajo: una escoba, un recogedor y un cubo. Y durante todo el día se dedicaba a barrer las calles del barrio, desde el Tiro Pichón hasta Santa Cristina, con una paciencia y una dedicación infinitas, que he visto solo en las mentes de los más perfeccionistas. Cuando el sol empezaba a teñir el cielo de naranja volvía para casa, aparcaba el carro, sacaba los bártulos y se sentaba en el bordillo con un cubo lleno de jabón y una brocha, y sin prisa alguna pasaba con la brocha cada una de las lineas metálicas que formaban su transporte. Cuando estaba listo, lo enjuagaba con agua, lo aparcaba en la puerta de su casa, para volver a la faena a la mañana siguiente, en cuanto cantasen los gallos del corral de al lado. Más de una vez los niñatos del barrio le robaban el carrito que había dejado por la noche, pero el Tete nunca se frustró por aquello, le pedía veinte duros a su madre y se iba despacito por el puente en dirección al Pryca.

Pero si tengo que dar un premio al mayor personaje de la zona, desde luego el galardón se lo llevaba Jaime, Un hombre cuya historia eclipsaba al propio ser humano.
Cuenta la leyenda que Jaime era un hombre respetable, extremadamente educado, con una magnifica relación con su familia y novia, además de un envidiadísimo puesto médico en un famoso hospital de Málaga. Pues bien, tal y como vino, se fue. Familia, novia y trabajo. No se sabe bien la causa, si fue algún escándalo en la consulta o la falta de mielina en el cerebro pero todo se fue a la mierda. A partir de entonces se encerró en su casa, engordó cincuenta kilos convirtiéndose en Karl Marx harto de potaje. Lo mejor venía cuando soplaba el viento de poniente y Jaime subía a su azotea con un gorro de Papá Noel y gritaba algunas perlas de sabiduría para compartirlas con la despreocupada población del barrio. Cito textualemente: "¡Hijos de puta! ¡Sois todos unos hijos de puta! ¡Y el rey el primero que es un cabrón! ¿Y la reina? ¡La reina me come la polla! ¡Hijos de puta!" Tenía una curiosa fijación con la monarquía y siempre era pasto de las llamas de sus atrevidos monólogos.
El momento culminante en la actuación de Jaime ocurrió unas navidades a principio de los noventa. Saltamos como de costumbre la valla del colegio para echar una pachanga de fútbol, Jaime nos vió desde su casa, pero no dijo nada, se limitó a entrar en su casa y esperar tranquilamente a que oscureciera y la falta de luz no nos dejase seguir jugando, en cuanto pasamos por su casa después de salir ilegalmente del colegio nos recibió, con coraza y espada, iba caracterizado de romano. Nos quedamos quietos, no nos movimos, esperando que su visión se basase en el movimiento como si fuera un T-Rex. Apenas tardó en reaccionar, tras un par de "hijos de puta" de rigor empezó a perseguirnos alzando la espada y lanzando mandobles como si de un gladiador se tratase, afortunadamente un niño de nueve años completamente acojonado corre más que un señor de ciento treinta kilos. Aquello dio mucho que hablar en el barrio. Pero al final Jaime continuó con la vida de loco que llevaba desde hace ya mucho tiempo. Jaime se ha relajado un poco desde entonces, ahora se limita a bajar al Mercadona a comprar en bata y con gorro navideño, ya no insulta ni escandaliza, debe ser asunto de la medicación.

Actualmente y después de haber pasado cuatro años fuera de mi ciudad, cuando volví a mostrar mi jeta por aquí apenas podía reconocer el paisaje humano, los personajes originales habían dado paso a dos centenares de niños jugueteando por todo el parque, gritos y golpes por doquier. En los bancos no hay sentado nadie de mi generación, a los que la droga nos perdonó la vida. Ahora solo niñatos con las manos sucias toqueteándose el flequillo cada dos segundos para dejarlo estratégicamente colocado entre los ojos, otros tantos en camiseta de tirantas y un montón de chicas pre-adolescentes comentando el triunfo que fue ir al "brehka" el otro día. Todo esto supervisado por una nueva generación de madres afiliadas al club de la fluoxetina.

"Un mundo sin locos es desde luego menos mundo"